Llega un momento en la vida de toda persona, en la que por motivos X, se ve destinada a vivir una temporada dentro de un
chándal. Normalmente suele ser la primera fase después de haber tenido una decepción amorosa. Ese momento en el que el mundo se te cae encima y al no saber que hacer, lo
único que se te ocurre es meterte en un
chándal y ver moverse las manecillas del reloj desde tu sofá mientras
devoras media nevera y miras la
teletienda. Es una forma de poner tu vida en pausa, rebobinar para ver que ha fallado esta vez y poder darle al
play desde una nueva
perspectiva y con un montón de nuevas metas que con el tiempo
volverán a acabar metidas en un
chándal. Un
comportamiento un tanto extraño que repetimos todos de la misma manera una y otra vez
gracias a la
magia del
chándal.
El
chándal tiene que ser unas cuantas tallas más grandes a la que utilizas normalmente, no ser de colores llamativos (exceptuando a las rayas de los laterales que cuanto más fosforescentes sean mejor) y ir combinado con unas zapatillas de andar por casa de las mas hechas polvo y con más pelusa enganchada que encuentres.
Si llegados a este punto te estas preguntando porqué un
chándal y no cualquier otra cosa, la respuesta es muy sencilla. Con un
chándal puesto puedes desde
echarte a dormir o dar vueltas por el pasillo de tu casa, hasta bajar al estanco a comprarte un cartón de tabaco o ir al Día a por helado y
cocacola. Y todo sin cambiarte de ropa en días, que más se puede pedir!
El efecto
chándal no suele durar más de 2 semanas, como mucho 3 en casos extremos. Pasado ese tiempo te sentirás como nuevo y listo para volver a
cagarla en cuanto menos te lo esperes, pero por suerte, siempre tendrás a tu
chándal en el fondo del cajón preparado para volver a animarte.